lunes, 26 de junio de 2017

El juicio del Monstruo (Parte II)





Un Monstruo y una princesa se miraban cara a cara.
Ella, tumbada en una hamaca.
Él, lanzando al aire espesas nubes de humo tratando de calmar su tensión. Porque no quería matar, ni herir, ni amenazar nunca más a esa bellísima persona que tanto le había dado.
Sin embargo, el camino había encontrado caprichoso ese punto de no retorno. Ese punto que requería de un sacrificio.

Cuando un petardo en esa noche de verbena explosionaba tan cerca que el corazón de ambos latía con fuerza, siendo sucedido por una cadena de fuegos artificiales que se extendía por toda la línea visible de costa, el Monstruo podía sentir esa magia que tan bien sabía extinguir. Lo había hecho cientos de veces, haciendo no añicos sino polvo el corazón de su amada.
Un polvo al que ella, haciendo referencia al paso del tiempo, daba escasas pero tangibles opciones de regenerarse en algo parecido a lo que una vez brilló con ilusión.

El Monstruo y Stela se miraban cara a cara.
Él tendría una última oportunidad… Si desaparecía para siempre.


– ¡Dígame que relación le une a ese Monstruo! – El cubo de agua helada sacó del estupor a Víctor, que perplejo sintió la punzante arremetida de los cubitos afilados contra su rostro ensangrentado y empapado.
Mientras le golpeaban el costado a patada limpia, tan solo pudo balbucear algunas palabras tratando de evocar los conceptos que, caóticos, recorrían su mente.
– ¡Stela! ¡San Juan! ¡¡¡Oportunidad!!!
La pausa apenas le sirvió para tomar aire en una sonora bocanada resentida en el corazón de sus costillas.
El jefe de la guardia, al menos ante quienes todos parecían responder, se curvó sobre la mesa para apagar su puro en el dorso de la mano zurda del interrogado. Al parecer, era su manera de invitarle a prestar suma atención, pues agarró su rostro con la mano que le quedaba y escupió sus últimas palabras.
– ¿Cree que no se dónde más le aterra acabar? ¿Cree que no puedo hacerle desaparecer para siempre en un psiquiátrico?
Víctor escupía saliva del dolor que le provocaba el agarre al que estaba siendo sometido junto con la gran quemadura que su mano ya lucía.

Finalmente un gran empujón le catapultó junto a su silla al suelo.
– ¡Quitadlo de mi vista!
Mientras era arrastrado por los oscuros pasillos, se preguntó cuándo acabaría aquello, pues prefería la muerte a esa temible amenaza que le había sido lanzada.


Nostalgia y melancolía.
Eso era lo que le acechaba siempre que estaba en su celda preso de sus pensamientos.
Se preguntaba de dónde debía nacer la fuerza incansable del Monstruo, que en un constante ir y venir siempre lograba mandar al traste con todo aquello que los que le juraron algún tipo de lealtad construyesen.
Incluido él mismo.

– ¿Qué te ocurre? – De repente, esa voz tan familiar, como atrapada en algún rincón de los siempre esquivos sueños. No obstante, no eran esquivos para Víctor. Nunca lo habían sido.
Alzó su vista amoratada y cansada para contemplar a Vanny, solo que ésta era una versión en miniatura que parecía flotar en el aire.
Las palabras no tardaron en salir.
– Tú… Ardiste… – Ella revoloteó en su aletear hasta posarse cerca de su nariz, de modo que Víctor pudiese verla lo más de cerca posible.
– Era solo una pesadilla… – Respondió, con esa voz de tono agudo que tan familiar resultaba al hombre que, por algún motivo, estaba resuelto a proteger al ser que iba a protagonizar un juicio muy esperado.
Una lágrima se deslizó lentamente por el rostro aún ensangrentado, aterrizando en una hinchada mejilla amoratada desde que la guardia había pasado de las palabras a los puñetazos.
Víctor cerró los ojos y balbuceó.
– Él quería hacértelo de verdad… Él quería… – Guardó silencio, súbitamente aliviado y atisbando desde la negrura de sus ojos cerrados con fuerza como una especie de brillo recorría su rostro.
Un susurro acompañaba el movimiento de esa extraña luz.
– Víctor, lo haces estupendamente, abre los ojos.

Cuando lo hizo, palpó su cuerpo hasta comprobar que las magulladuras habían desaparecido, y que la puerta de su celda estaba abierta, donde un paso más allá el brillo de esa hada en la que Vanny se había convertido para ir a buscarle le estaba esperando, invitándole a salir.


No les costó llegar al exterior. Al parecer la prisión subterránea era mucho más simple de lo que se antojaba en la mente de Víctor.
El sol castigaba con fuerza unas calles desiertas de lo que parecía un poblado abandonado, de no ser por el alboroto que no muy a lo lejos se escuchaba.
Vanny se había posado sobre el hombro del joven, de nuevo asumiendo su rol de observadora analítica tal y como él recordaba.
De pronto no solo escucharon, sino que sintieron, el demencial y aterrador rugido.
Provenía del mismo lugar de donde se escuchaba el alboroto, ahora ya distinguible como un gentío, una masa de gente agitada.

Al llegar a los alrededores de lo que resultó ser una plaza, Víctor se secó el sudor de la frente fruto del sofocante calor.
Dos cosas les dejaron boquiabiertos, una a Vanny y otra a él.
A Vanny la paralizó la sorpresiva llegada de un hombre uniformado y armado que lanzó al cielo el grito de Tylerskar cuando vio a su amigo.
A Víctor, la visión del Monstruo rugiendo al cielo diurno y despejado atado a lo alto de un mástil lo petrificó por completo.



Continuará...

domingo, 25 de junio de 2017

El juicio del Monstruo (Parte I)





– ¿Qué cree que fue lo que motivó a que las cadenas finalmente retuviesen al Monstruo?

Titubeante, algo confuso pero firme en su voz, el individuo al que lanzaban las primeras preguntas respondió.


– C… Creo que el factor desequilibrante fue de nuevo el amor que sentía por Stela.

Un chasquido precedió a la gestación de una pequeña gran llamarada que emergía de un mechero con generosa carga de gasolina. Su reflejo hizo brillar la mirada del interrogado, que aún confuso, quedó por un momento hipnotizado por la belleza de las promesas que el Monstruo, hacía ya tanto tiempo, se hizo a sí mismo y a los suyos.
Por un momento tuvo la sensación de que esa llamarada invocaba otra que crecía en su interior. Solo que no la sentía con una ira descontrolada como su maltrecho comp… No, no podía declarar algo así. Aunque fuese un secreto a voces, la estrecha relación que mantenía con el ser que iban a juzgar en pocas jornadas no era algo que estuviese dispuesto a asumir ante su interrogador.

– ¿Esa es la respuesta que quiere dar? Ante el tribunal, el amor carece de peso específico, joven. – El veterano que fumaba su gran puro, hastiado de ver como el hombre que tenía frente a sí parecía perderse en su mundo, golpeó con fiereza la mesa de madera de roble. – ¡Responda, por el amor de Dios!


Horas más tarde el joven yacía en su celda, presintiendo la agonía que, una vez más, el Monstruo iba a sentir sin el fuego de su alcohol.
Desconocía la hora que era, y el oscuro túnel en el que estaba contenido el esqueleto de la prisión le auguraba un buen número de horas que se le antojaban largas y tediosas.
Total, para un un nuevo interrogatorio esperándole.
Iba a tratarse sin duda de un proceso muy largo.

Por algún motivo le relacionaban directamente con el Monstruo.
Alejado de Stela que labraba su futuro con el sudor de su frente, decidió perderse en el flujo de sus pensamientos.
Imaginó una a una todas las calas del cabo que había sido su casa.
Y en algún punto, perdido entre un relajante oleaje, una voz sedante y calmada hizo que el cansancio le venciese y el sueño se lo llevase lejos de allí.

– Qué calma… Parece el paraíso, ¿No crees?
La visión de sus pies, descalzos sobre unas chanclas playeras, hizo que pestañease sin saber muy bien dónde se encontraba.
Alzó la vista a un horizonte que, rápidamente, le reveló un mar al que había contemplado en muchas ocasiones.
– Esto ya lo he vivido… ¿Quién eres? – El hombre tenía miedo de la fragilidad de los acontecimientos en esos instantes oníricos donde un súbito despertar puede arrebatártelo todo.
– ¿No me recuerdas? Soy yo…
Giró su vista cuidadosamente para descubrir un cabello oscuro que cubría parcialmente un rostro algo pecoso que miraba con resolución al frente. De repente giró a su vez su rostro hacía él, de manera que unos oscuros ojos con grandes dosis de hogar le invitaron a reaccionar.
– Vanny…
La chica sonrió ampliamente.
– ¡Eso es, Víctor! – Su nombre. Su propio nombre le resultaba extraño a sus oídos. Como si algún tipo de desdoblamiento se hubiese producido en su interior no hacía mucho. – ¿Dónde estás? – Vanny no le tocaba, manteniendo una distancia prudencial que no se correspondía con el amable afecto que se respiraba entre ambos.
– No lo se, creo que me he metido en un lío.

Frente a ellos, una sombra apareció de la nada en un ocaso que no supo muy bien cuando cayó.
Una pequeña gran llamarada brillaba en lo que se intuía la mano de un figura semejante físicamente a Víctor.
– ¿Chicos, qué os parece si hacemos una hoguera? Se que a ti te gusta el fuego, Víctor.
– Víctor, ¿Quién es él? – Preguntó Vanny.
Pero Víctor temblaba estremecido.
– Vete de aquí… – Miró a Vanny con la mirada descancajada. – ¡Corre!
Cuando ésta se levantó para obedecer, la sombra lanzó lo que resultó ser un mechero hasta que éste golpeó la espalda de la chica, estallando y haciéndola arder entre gritos.
Cuando Víctor se levantó e intentó acudir a su posición, la sombra lo asió inmovilizándolo.
Pudo ver las fauces.
Pudo decir su nombre.
Antes de despertar cuando los guardias golpearon los barrotes lanzando al suelo un plato de asquerosa comida.