martes, 26 de julio de 2016

Día 8: Fuego (Street Fighter II)




El sudor recorría la frente de Ken.
De sus heridas brotaba abundante sangre, pues los cortes de las afiladas garras de Vega eran profundos y abundantes.

En ninguno de sus combates se había enfrentado a un rival tan veloz.
Ni siquiera tratando de acorralarle con un hadouken tras otro.
Había desestimado esa estrategia cuando, llevado por la ira, había lanzado un hadouken de fuego hacia el enmascarado luchador español.

El griterío de los asistentes al combate fuera de la jaula en la que se encontraban se detuvo, solo un instante, para ser retomado con intensidad reforzada cuando Vega no se limitó a rebotar por los aires esquivando el ataque, sino que aterrizó sobre el torso de Ken rasgándolo y haciendo brotar hilos sangrientos.

Estaba a punto de perder el combate.

Por esa razón se concentró en dejar que el torero enmascarado hiciese gala de su habilidad y lo asediase con multitud de ofensivas que trató torpemente de memorizar.
Hasta que dio con un punto débil.

Se elevó en una patada giratoria que obligó a Vega a elevarse por los aires.
De reojo Ken vio cómo se apoyaba en una de las esquinas de la jaula, y de qué modo en un destello de sus garras se dispuso a abalanzarse sobre él en un último ataque ganador.

En ese momento Ken aterrizó y cargó su ataque de fuego.

¡Shoryuken!

El silencio se hizo en el lugar mientras el puño envuelto en llamas de Ken ascendía en un gran salto hacia la máscara que dejaba ver la perpleja mirada de su rival.



Día 7: Ciudad (El Señor de los Anillos: El retorno del rey)




La noche cerrada no iba acompañada precisamente de un silencio sepulcral.

Los cielos que cubrían la ciudad blanca reflejaban los tonos rojizos y anaranjados de los fuegos perpetrados por las tropas llegadas de Mordor.

Gandalf recordaba cómo no mucho tiempo atrás había llegado junto a Peregrin Tuk, atravesando los campos de Pelennor, a las murallas de Minas Tirith, la Ciudad Blanca del reino de Gondor.

El mago conocía bien el lugar. Pese a ello, no dejaba de admirar en cada ocasión que se le presentaba la magnificencia del lugar, que había logrado erigirse como la capital del reino en esa Tercera Edad.

La mirada asombrada, casi hipnotizada, del mediano al posar su vista en el horizonte donde la ciudad mostraba su Gran Puerta en el más bajo de los siete niveles amurallados que la componían, quedaba en esos momentos demasiado lejana en su memoria.

Su atención se veía ahora secuestrada por los gemidos guturales de los innumerables orcos que, a los pies de la ciudad, se encontraban en pleno asalto contra ella.

Ya había perdido la cuenta de cuántas escaleras había lanzado al vacío, cargadas de esos indeseables seres. Debía mantener la tensión en la defensa de la ciudad, pues no eran pocas las hordas que lograban aterrizar en el nivel donde la lucha se estaba tornando más feroz.

En la lejanía inmensas torres eran empujadas por gigantescas criaturas a las cuales ni las catapultas lograban detener.

De modo que el mago dio la orden de incendiar esas estructuras infestadas de tropas enemigas.
Mientras la noche avanzaba sumiendo en la duda la esperanza de la población de Minas Tirith, bolas de fuego emergieron de ella en dirección a las torres que implacables se acercaban a sus muros.



domingo, 24 de julio de 2016

Día 6: Diario (Life is Strange)




La academia Blackwell reunía a alumnos de dispar condición.
Max Caulfield, una joven apasionada por la fotografía, era sin duda la más peculiar.

No tanto por su innata tendencia a sumirse en sus propios pensamientos aislándose de un mundo que se esforzaba por comprender.
No tanto por la dificultad que estaba encontrando en generar amistad con alguien años después de haber dejado atrás a una gran amiga llamada Chloe Price.
Más bien se debía a que Max, de un modo súbito e incomprensible, había desarrollado la habilidad de retroceder en el tiempo.

Podía condicionar el devenir de los acontecimientos que le acontecían.

Ahora Max se encontraba pensativa, contemplando el cielo de un agradable atardecer de otoño a través del objetivo de su cámara fotográfica.
Quería inmortalizarlo.
A su alrededor diferentes acontecimientos se sucedían, unos con menor fortuna que otros, mientras Max valoraba las diferentes posibilidades. Qué sería en cada caso lo mejor que podría ocurrir.

Sin embargo lo que en cierto momento puede parecer una sabia y más que correcta elección, puede en realidad derivar en un eslabón débil en los cimientos del desconocido futuro.

La foto estaba lista.
La añadió de inmediato a su diario.
Ese inseparable amigo que contenía todas sus fotografías, la descripción de las personas importantes en su vida y cómo no, la suma organizada de sus propios pensamientos distribuida en diferentes entradas.

Un diario que habría de inmortalizar en sus páginas una sorprendente historia.
La vida de Max había cambiado con la aparición de esa misteriosa habilidad sobre el tejido temporal.

Aunque de momento, pensó al aterrizar en su mente la imagen del atractivo profesor Jefferson, tocaba acudir a clase.