sábado, 23 de abril de 2016

Un oasis disfrazado




Cuando el sujeto entró en el bar, la fría e incluso hosca bienvenida le propinó un primer golpe.
No obstante el tiempo transcurrió mientras el hombre, inconsciente de que estaba repitiendo patrones de comportamiento, ingería y observaba.
Un pequeño local adornado con simpáticos pósters, equipado con la maquinaria esencial para ofrecer un extenso catálogo de productos y armado con tres grifos de una cerveza que ya desde buen comienzo se le antojaba demasiado familiar, comenzaba a cobrar una vida que se extendería durante medio año en el cual el individuo iba a compartir buena parte de su inestabilidad emocional.

El imán de una mirada esculpida en fría pintura ocultaba algo que era un secreto a voces.
La pasión de un corazón esquivo a la putrefacción del tiempo palpitaba en unos ojos que acabaron por desnudar a un ser deseoso de experimentar tras una muralla invisible de experiencia que pocos lograban vislumbrar.

La joven silueta machacada por el deseo de ocultar de una segunda camarera relucía atractivo y energía mientras derrochaba una sinceridad que se mascaba a cada gesto, a cada fugaz mirada quizá impregnada con tintes de improvisada desaprobación.

La propiedad de lo que se antojaba un oasis disfrazado de vulgar taberna recaía en los hombros de una persona que se empeñaba en relucir de modo escaso, pese a que en su interior una tenue luz iluminaba los momentos en los que el amargo sabor del whisky parecía, a medida que los días y las semanas transcurrían, impregnar el aire del lugar de un cáliz depresivo, cargante y privado de esperanza.
A su lado una mujer a la que la empatía te propiciaba sentir el dolor asociado a una constante preocupación ligada a unos deseos de bienestar muy mal gestionados, trataba de mantenerse firme ante una fuerte tempestad como era ver su inseguridad enfrentada al constante reto de la improvisación.

Esa combinación de seres humanos resultaba una invitación constante, más aún cuando el tráfico del pintoresco local atraía a personas de muy contradictoria imagen, ocasionando que unas veces la cerveza supiese a buena amistad y camaradería, siendo otras un pozo sin fondo de estupefacción ante unos valores que se enterraban a sí mismos bajo tierra.

La evolución del lugar resultaba constante.
Las paredes se cargaban de detalles mientras las secciones que albergaban literatura variada o dibujos de la clientela se desplazaban con elegancia de un lugar a otro buscando un altar, un lecho, donde reposar en la improvisada excelencia de aquel que no dispone de medios pero sin embargo sí sabe mimar.

Tejiendo una tela de araña donde cada pequeña vibración se antojaba de vital importancia, el sujeto cayó en la conocida rutina que le había mantenido privado de todo cuanto quería.
La oscuridad se cernió sobre él como un manto cruel donde todo aquel que tratase de darle comprensión o incluso cariño se toparía con la semilla que separa a la persona del monstruo.
Un monstruo callado y evaporado en el tejido del esquivo pasado.
Un monstruo que aguarda pacientemente que su perenne invitación sea escuchada.
Y cada trago, a cada suspiro no exento de un aliento cargado de alcohol, él inspira una bocanada de aire puro que revive sus deseos de exterminar cuanto Dios quiera quede del buen chico que una vez el sujeto fue.

A ese conjunto en ebullición se le conoce por su casi constante sonrisa.
Se le ríen las gracias incluso cuando en ocasiones deja destellos del fuego que se oculta tras su mirada.
Baja una y otra vez, día a día, a suspirar para que el monstruo exhale.
Todos en su íntimo entorno piensan que ese lugar es su infierno.

Sin embargo solo es un cliente más.
En el arco iris en ocasiones vivo y reluciente que mira a las personas a través del prisma de la comprensión casi todos se salvan, aunque es en otros momentos donde la putrefacción de los actos de éstas cargan el ambiente del más calamitoso conjunto de sensaciones que uno podría sentir.
Mientras el sol nace y muere día a día, personas en muy distante situación se combinan en ese lugar, ante la creciente sonrisa de una sombra que debe ser apagada.
Consumida, esa oscuridad germinará.
Con ojos escrutadores el sujeto busca la salida a su eterna encrucijada, tan solo hallando una entrada. Una entrada a un oasis disfrazado de taberna vulgar.