viernes, 25 de diciembre de 2015

El muñeco de nieve privado de reflejo



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Había cuidado cada pequeño detalle.
Era imposible que los otros muñecos de nieve se diesen cuenta.
Todos habían sido creados con el mayor mimo posible, pero desde un punto de vista ajustado a una realidad aplastante. Tenían que aceptar que no siempre podrían ser felices, ni ganar eternamente, ni mucho menos huir con éxito de sus miedos más arraigados.

El paso del tiempo pasó para todos los muñecos de la bonita calle de Infancia.
Salían en Navidad para plantar su base en la gruesa capa de nieve que los tiempos favorecían, y junto a sus amigos y familiares pasaban ratos inolvidables.
Sin embargo, sujetos a la lógica de un paso del tiempo inclemente, se deshacían para renovarse en otras formas, aprendiendo que en los pueblos vecinos de Adolescencia y Madurez deberían esforzarse por avanzar en un lugar donde el mal barrio de la Vejez llamaba  con lúgubre iluminación a cualquier alma perdida que llegase a sus calles.

El chico, no obstante, había fabricado un disfraz de muñeco de nieve con el que pasar desapercibido de sus semejantes.
Hubiese bastado con que se hubiese mirado a un espejo para que comprobase que su naturaleza ya era la de un flamante muñeco de nieve con las mismas ganas de vivir que el resto, pero el caso es que prefirió crearse una imagen artificial con la que poder aguantar más tiempo en un estado que al parecer llamaban felicidad.

Así fue como cuando las nevadas cesaban y el frío se desvanecía él seguía luciendo su nieve artificial, resistente al tiempo cálido, con sus mejores galas que al parecer le llenaban de regocijo al ser observado por extrañados transeúntes.
De noche, cuando nadie miraba, el chico hacía pequeños retoques en su disfraz pretendiendo que éste durase más y más, sintiendo como le era reportada esa dicha de la que se había convertido en adicto.

Décadas pasaron y el chico ya crecido se encontró con que los muñecos de nieve ya no poseían el significado que siempre había creído que tendrían.
Muchos vivían ya habiendo abandonado esa forma en los pueblos vecinos, ya como árboles de navidad alrededor de los cuales un año de esfuerzo y constancia daba pequeños fruto de ilusión y esperanza que consumir en pequeñas dosis.
Demasiado tarde entendió el porqué de que la extrañez que mostraron en su día quienes le observaban se había tornado en precavido desprecio.
Las frutas que adornaban su disfraz, por ejemplo, se habían podrido, y el resto de adornos desgastados por el paso del tiempo ya no lucían naturales, como si su alucinógeno efecto que emulaba el aspecto de lo vivo se hubiese transformado en algo desagradable a la vista.

Ser un muñeco de nieve en Infancia, Adolescencia y Madurez le había servido para aparentar mediante su disfraz que era inmune al proceso vital de la existencia.
Pero tanto disfraz como chico habían recibido los impactos de un periplo caminado contra natura.
Una noche, cuando se miró a un espejo, descubrió a una persona desconocida, y para su horror se dio cuenta de que se trataba de su reflejo en uno de los escaparates abandonados del barrio de la Vejez.
Muñecos de nieve decrépitos, árboles de navidad partidos y desarraigados, regalos a medio envolver de los que emergían insectos y demás visiones que llenaban de ansiedad el corazón del chico le saludaban como si le conociesen de toda la vida.

Allí no había integridad, no parecía nadie tener consciencia de su verdadera naturaleza, y los comportamientos eran variados, todos ellos salpicados por la locura o el deseo de felicidad pasajera.
El chico regresó al barrio de Infancia.
Quiso ponerse en su jardín como recordaba que tantos muñecos de nieve hicieron de buen inicio, de un modo mejor o peor, pero sincero y natural.
Pero la mirada de los que escrutaban su aspecto denotaba desaprobación, en el cielo un sol abrasador mantenía firme su guardia y no había ni rastro de una nube.
No podía ocultarse, no podía aprovechar la noche para crear una imagen navideña adecuada.

Las callejuelas de Vejez eran su destino.
Y poco a poco, lentamente, fue mudándose a aquel mal barrio.
De vez en cuando, como aguardando un milagro, alzaba su mirada al cielo desde cerrados ambientes cargados de frustración y desengaño, esperando contemplar un caer de copos de nieve que le permitiesen volver a empezar.

Pero había pasado demasiado tiempo disfrazado, sin darse cuenta de que solo tenía que haberse mirado a un espejo.
Un día, paseando por su jardín en Infancia encontró algo envuelto con un mimo solo posible en tiempos pasados.
Era una foto del chico que una vez fue, construyendo con ilusión un improvisado disfraz de muñeco de nieve.
En el reverso había una nota breve.

Lleva esta foto contigo a Madurez, y pregunta por el paradero de Identidad.



miércoles, 16 de diciembre de 2015

El Altar: Capítulo V



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Las farolas de la carretera se apagaban una tras otra a intervalos constantes.
Quim abrió de par en par los ojos al ver eso.
Dio unos pequeños pasos alejándose de la entrada de la cueva, donde una sombra apenas visible pareció relajar el contorno de su silueta.
Las dos chicas que se habían estado acercando al puente habían detenido su paso, aparentemente alarmadas por algo.
Fue entonces cuando se percató de que no solo había dejado de nevar, sino que mirando al cielo una cantidad de estrellas inmensamente mayor a cualquiera que hubiese admirado Quim en el pasado brillaban con toda la esplendorosa estampa de un inmenso universo.
Cuando se dio cuenta se encontraba pisando el suelo del puente donde había desaparecido Nuria.
La última de las luces artificiales de la carretera se apagó, y en ese momento el veterano detective se vio rodeado por las estrellas, ya ajeno a cualquier otro asunto.
Le hubiese resultado sencillo caer en la cuenta de que los astros se reflejaban en la superficie del río provocando ese envoltorio alucinógeno, sin embargo Quim entrecerraba sus ojos fascinado por el movimiento que seguía todo aquello visible en el cielo de aquella fría noche.

Era como una danza en la que las constelaciones desvirtuaban sus formas adquiriendo otras nuevas, dando paso a extrañas parábolas en las que todo cuanto se podía admirar estaba sujeto a un desplazamiento constante, casi mágico, que hipnotizaba al observador, ya con la boca abierta ante lo que, tan lejos de él, estaba sucediendo.
Era como si de un punto en concreto manasen todo tipo de sistemas planetarios y galaxias enteras, dando la sensación de estar sumergido en el proceso de algún tipo de viaje astral.
Todo el cielo fue adquiriendo desde ese punto un tono rojizo plagado de negras sombras, hasta que Quim, justo frente a él, se encontró con un terreno rocoso desde el cual, en su horizonte, otros planetas de colores de extrema belleza se distinguían con claridad.

Cuando hubo mirado un buen rato, su corazón dio un brinco al detener su mirada en un ser de piel verde azulada que caminaba con paso relajado, observando el mismo horizonte que Quim había estado disfrutando instantes antes.
Tras él, un grupo de seres semejantes de diferentes tamaños, con formas dispares en cuanto a su posesión o ausencia de colas o cuernos, parecían comunicarse totalmente ajenos a que alguien estuviese, de algún modo, observándoles.
De pronto el primero de ellos se giró para mirar a los ojos del detective, que víctima del asombro quedó petrificado a la espera de acontecimientos.
Aún no se había permitido un instante de reflexión para meditar acerca de si estaba perdiendo el juicio.
El ser abrió la boca en una especie de gesto de asombro y, mientras parecía derramar una lágrima de sus ojos de grandes órbitas y un suave color violeta, suspiró dejando escapar una sonrisa que reconfortó tanto a Quim que la imagen de Rachel se le vino a la cabeza por un momento.
Cuando comenzó a alzar su brazo en dirección a aquella visión, a aquel horizonte imposible y a aquel ser... Un grito le sacó del estupor.
Provenía de la carretera donde las luces de las farolas se habían encendido súbitamente.

Anna y Nadya se encontraban muy quietas viendo como todo se oscurecía de repente.
No solo eso, sino que tanto la ventisca como la nevada habían parecido detenerse de modo súbito.
Nadya fue la primera en reaccionar.
Dio unos pasos al frente casi a ciegas, atrapada por la oscuridad de una noche en la que el cielo se mostraba de repente despejado.
– Si hay tantas estrellas... ¿Por qué está tan oscuro? – Dejó ir en un susurro que su amiga ni oyó.
Sus labios tiritaban y su cuerpo temblaba cuando de la carretera que unos metros más adelante se tornaba en una sombra infranqueable pareció ver algo que se movía.
Algo que la miraba detenidamente.
– ¿Nadya? – Preguntó al aire Anna apartando su flequillo también con manos temblorosas. Pero ya no podía ver a su amiga.
Desde las sombras que se imponían a corta distancia siguiendo la carretera en dirección a Esterri, el pueblo vecino, le pareció que un grave rugido, un espantoso sonido gutural, se acercaba lenta pero constantemente hacia su posición.
– ¡Nadya! – Exclamó, – ¿Dónde...? – La preguntó quedó cortada por el grito ahogado de ésta, a la que Anna pudo ver por un momento.
Su chaqueta gruesa de llamativo color rosa era arrastrada por algo hacia las sombras más profundas, mientras Nadya estirando y agitando sus extremidades era incapaz de frenar la fuerza con la que estaba siendo desplazada.
A juzgar por la velocidad con la que era conducida, de nada iba a servir que Anna corriese a rescatarla.
Quedó quieta, mirando atónita a su alrededor, hasta que las luces de la carretera se encendieron de golpe. Eso la hizo reaccionar.
Sin rastro en el horizonte de su amiga, dio la vuelta para correr a toda prisa hacia el camping para avisar a Jose y Peter de lo acontecido.


Continuará...

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sábado, 12 de diciembre de 2015

El Altar: Capítulo IV



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La tormenta había cesado, dejando en su lugar una nevada que ya hacía un buen rato había ido disminuyendo de intensidad.
Lo suficiente como para que Quim Gascón hubiese cruzado meditabundo el puente que llevaba todo el día acordonado. La policía no había encontrado nada en la zona donde la joven Nuria había desaparecido.
Estaba muy oscuro en aquella noche de invierno, ya que Quim se encontraba en el interior de la cueva que había perturbado sus pensamientos durante la tarde que había pasado en la taberna del camping.
Su gabardina marrón claro se mecía ante la fuerte y fría brisa que penetraba la entrada de la pequeña cueva. Se echó las manos entrelazadas a la boca y exhaló generando una considerable nube de vapor, al tiempo que se frotaba las manos y meditaba acerca de por qué se había sentido tan observado cuando por la mañana detuvo su mirada en la entrada.
Allí no había nadie, ninguna bestia siquiera que se refugiase de las inclemencias del tiempo.
Al salir de la cueva, miró en dirección al puente solitario donde imaginó a Nuria sumida en sus pensamientos.
Pese a que la nieve que caía desplazando copos en todas direcciones fruto de la pequeña ventisca que estaba aconteciendo, pudo distinguir bajo el brillo de una de las farolas que peinaban la carretera como dos jóvenes se dirigían hacia su posición.
No se percató de que, a su espalda, una sombra perfectamente disimulada con la oscuridad del interior de la cueva se revolvió por un instante dejando caer al suelo una araña de considerable tamaño que siguió su camino por el suelo de ésta.

Nadya dejaba que las lágrimas se deslizaran por su rostro mientras asía fuerte el brazo de su amiga Anna.
– En el fondo es un buen chico, Nadya, tú lo sabes. – Anna daba pequeñas palmadas en el abrigo grueso de Nadya en señal de apoyo.
– ¡Pero siempre tiene que estar dando el espectáculo por el maldito alcohol! – Agitaba sus manos mientras lo gritaba, más presa de la histeria que de el intenso frío.
Jose había decidido ante el temor de Anna a coger el coche que pasarían la noche en el camping, y habían alquilado uno de los bonitos bungalows que por suerte estaban disponibles.
A todos les hizo ilusión ver el interior de éste cuando una empleada del camping les había abierto la puerta entregándoles la llave mientras encendía un gran estufa para que el piso de madera entrase rápidamente en calor.
Por un momento Nadya olvidó que Peter había vuelto a beber una vez pisaron la taberna del camping y no había dejado de hacerlo en ningún momento hasta el punto de tener que agarrarlo más de una vez para que no se cayese rumbo al bungalow.
Pero lo cierto era que una vez instalados él y Jose habían ido a la taberna y Peter se había hecho con un par de botellas de vodka que habían conducido la situación al punto en el que se encontraba ahora.
Con Nadya saliendo llorando del bungalow en cuanto su novio comenzó a perder el control y decir auténticas barbaridades y Anna acompañándola a aparentemente ninguna parte. Habían salido incluso del camping y ahora se encontraban caminando en plena noche por la carretera que atravesaba el pequeño pueblo.
– Peet se toma las vacaciones como si tuviese que evadirse... – Dijo inspirando con fuerza con voz temblorosa. – ¡Y lo entiendo! – Prosiguió, esta vez clavando sus ojos notablemente abiertos, casi suplicantes, en los de su amiga – Pero Anna, parece que quiera evadirse incluso de mi...
Anna sonrió de un modo cómplice viendo que a Nadya ya se le estaba pasando el arranque de desesperación.
– Jose estará hablando con él, seguro. – Argumentó. Su novio y Peter siempre lo pasaban genial y por lo general bebían, pero Jose estaba al tanto de que su amigo podía acabar teniendo un serio problema y cada vez que podía charlaba con él al respecto.
De pronto mientras Nadya se disponía a abrazar a su amiga en señal de agradecimiento, ésta frunció el ceño y alzó extrañada la cabeza en dirección a la carretera que en algún punto se difuminaba totalmente con el cercano horizonte teñido de nieve.
– ¿Has oído eso? – La voz de Anna resonó en un instante en el que la ventisca pareció detenerse de repente.


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martes, 8 de diciembre de 2015

Con amor hacia las llamas del destino


Con amor hacia las llamas del destino:

Tema llamado "Outside Love" de la banda Pink Mountaintops.
Es escucharlo y, casi al instante, sencillamente volar a un mundo de destructiva melancolía con trazos de esperanza por todas partes.

lunes, 7 de diciembre de 2015

Un títere atormentado



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Puedes ver el videoclip "Eme" de Leiva antes o después, este relato está inspirado en él




La cerveza entraba ya caliente y descendía por su interior en un largo, casi eterno trago amargo que por un momento hacía que olvidase el por qué de su situación.
Se encontraba en una habitación prácticamente vacía, decorada por unos pocos muebles llenos de recuerdos que ya no significaban nada para él.
De pronto un latigazo.
Un sentimiento, acompañado de un gran puño en la garganta.
Pese a no poder llorar, sin saber muy bien cómo había logrado caminar a través de los hilos que manejaban su cuerpo de madera hasta las fotos de ese títere llamado Eme, se encontró acariciando su rostro en imágenes ya demasiado antiguas.
Lo siguiente fue dolor.
Un dolor que no admitía más alcohol que el que pudiese ser derramado en un suelo al que lanzar una cerilla llena de sentir, pero tatuada con un sincero adiós.
Tantos momentos con ella habían hecho del títere alguien que privado de su compañía nada podía mover, nada podía vivir, sin liberarse de los crueles hilos que sujetaban su existencia.

– Amor mío, ¿Qué puedo hacer por ti? – Le pareció oír su voz femenina clara y nítida tras destrozar la habitación y situar su mirada en las llamas que se extendían.
– Acompáñame, hasta que cierre los ojos... – Pensó él mientras se colgaba y sentía la presión en su cuello que tanto alcohol había ingerido durante todo ese tormentoso día final.
Con la voz rota escuchó las notas de una guitarra, tocando la canción que tantas veces había compartido junto a la que significaba más que su vida.
– Hasta que se acabe este rock... – Dejó ir en un último rasgado suspiro, viendo como la imagen de la que había sido la última foto en arder relucía en su pensamiento.
Eme era una títere preciosa.

sábado, 5 de diciembre de 2015

El Altar: Capítulo III



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Todos corrían de un lado para otro recogiendo el lugar donde había acontecido la barbacoa.
Anna y Nadya apenas cruzaban fugaces miradas al fregarse el hombro almacenando en las cestas botellas de refrescos y demás utensilios salvables. Por su parte, Jose metía en bolsas de basura gigantescas prácticamente todo lo que quedaba en las mesas de piedra donde una docena de amigos habían estado disfrutando de un día genial.
Hasta que estalló la tormenta.

Peter daba bandazos con su cuerpo intentando recuperarse de la borrachera que había acabado cogiendo, aunque lo cierto era que la lluvia torrencial cayendo sobre su cabeza estaba colaborando bastante en su recuperación.
El cielo no se había nublado de un modo paulatino precisamente.
Se podría decir que mientras disfrutaban de una agradable tarde soleada de repente unos negros nubarrones habían oscurecido por completo el cielo lanzando un único aviso, un único trueno, antes de desatar todo cuanto llevaban contenido.

Puesto que los organizadores eran ellos, tenían la responsabilidad de recogerlo todo antes de ir a refugiarse, más teniendo en cuenta que el resto de participantes habían literalmente huido hacia sus aposentos nada más iniciarse la tormenta.
Tanto la Guingueta como Esterri, pueblos vecinos, eran propensos a recibir poderosas tormentas, pero desde luego tan sorpresivas como esa ninguna habían vivido los jóvenes que allí se reunieron.
La lluvia estaba prevista para la noche, y la preocupación marcaba el rostro de Anna puesto que no quería bajo ninguna circunstancia tener que coger el coche en esas condiciones.
– ¿Por qué no vamos al camping vecino a esperar a ver si mengua? – Peter tuvo la idea, ante la cual a Anna se le iluminó la mirada. Sabía que lugar iba a sugerir su amigo. – He oído que tienen una taberna en la que podríamos estar a salvo de este pedazo de tormenta.
– ¡Peet! ¿Puedes dejar de pensar en beber? – Nadya exclamó sus palabras con tono grave e iracundo, ante lo cual su novio alzó las manos abriendo inocentemente sus ojos en señal de inocencia.
– No pretendía... – Peter comenzó a excusarse, pero se vio interrumpido.
– El coche está en la misma dirección. ¡Vamos para allí antes de que me pille algo!
Cargados con lo que pudieron salvar de la barbacoa y algunas bolsas de basura, los cuatro jóvenes emprendieron rumbo al camping vecino, en cuya taberna, fumando una pipa, un hombre de avanzada edad permanecía concentrado con la vista puesta en la gran hoguera que ardía llenando de un cálido ambiente el local perfectamente acabado con buena madera.
Contrastaba enormemente con la hoguera en la que horas antes se había hecho una barbacoa, ahora apagada e inundada por una agua que caía a cascadas colándose por las varias grietas del techo de ésta.

Nuria había estado allí hacía bien poco, meditaba Quim Gascón apurando su pipa.
Aún no había podido cruzar ni una sola palabra con la familia afectada.
En lugar de eso, el día que hasta hacía poco se había presentado soleado le había servido para familiarizarse con el camping donde había estado alojada la joven.
En la sala de juegos unos amigos de ella le habían atendido cabizbajos, sin mucha información que aportar. Todos tenían coartada en sus respectivas familias y la joven desaparecida no parecía en esa ocasión haber intimado con ninguno de ellos.
Sin embargo había un lugar que Quim iba a visitar en cuanto pudiese burlar el cordón policial y la tempestad e lo permitiese.
Una cueva, algo más allá del puente donde habían encontrado al parecer restos de sangre enterrados en la nieve, había llamado la atención del veterano detective.
Se le daba bien observar, pero del mismo modo también sabía cuando él mismo lo estaba siendo.
Y en esa cueva, pensaba mientras torcía el gesto en su rostro apurando el whisky escocés de un trago, apostaba a que algo mantenía su mirada firme en él.

Cuando entraron un grupo de jóvenes en la taberna armando demasiado jaleo, riéndose y sacudiéndose la ropa empapada, entendió que la calma reflexiva en la que había estado sumido había llegado a su fin.
Los reconoció, eran los chicos de esa misma mañana en el pueblo vecino, los del chaval tirado en el suelo.
Indicó con una seña que le llenasen de nuevo la copa y, preparándose una nueva pipa, imaginó a Nuria sentada con su familia en su misma mesa, preguntándose qué le hizo ir al puente a tan tardías horas.
Pronto la lluvia iría cesando para convertirse en nieve.
El frío de aquel invierno le agradaba, recordándole con profundos ataques de melancolía cómo Rachel, la única mujer de la que había estado enamorado, y él, habían sido felices durante los mejores años de su juventud hasta que la desgracia se cernió sobre ella.
No podía llorar. En lugar de eso fruncía los labios mientras seguía contemplando las llamaradas de la hoguera bailar con el crepitar que su propio fuego provocaba.


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miércoles, 2 de diciembre de 2015

El Altar: Capítulo II



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El sol brillaba imponiéndose en todo lo alto cuando el reloj avanzaba cerca ya del mediodía.
Había sido una mañana muy divertida para Anna, su novio Jose y sus amigos Peter y Nadya.
En Esterri, una sola carretera principal atravesaba el bonito poblado en dirección a las montañas del norte. Ellos se encontraban de nuevo en una terraza de un bar acogedor tomando café e infusiones bien calientes, pues el frío, pese al sol que bañaba sus rostros, era intenso. Todos excepto Peter, al que la tercera cerveza ya se le estaba empezando a subir a la cabeza a juzgar por la calidad y frecuencia de los chistes que se le estaban ocurriendo. Habían comprado carne más que suficiente como para alimentar a medio regimiento, y la idea era acudir a una barbacoa junto a unos amigos que se hospedaban en un camping cercano.

Anna era una chica morena cuyo pelo acariciaba sus hombros, siempre muy bien alisado y con un flequillo que hacía que sus dedos de clara piel lo estuviesen manipulando constantemente. Eso volvía loco a Jose, que por mucho que llevasen ya cerca de una década juntos la seguía deseando con pasión. Nadya sonreía dando golpecitos cómplices a su novio Peter cada vez que pillaba a Jose con esa mirada especial, entre obsesiva y perdida en el el gesto de su amada.
– Parece que hemos tenido suerte. – Comentó en un instante de la conversación Nadya, de pelo largo teñido con tonos negros azulados y rostro de piel morena y marcados pómulos, mientras con la mano en la frente dirigía su mirada al cielo soleado.
Jose se mofó, señalando a un lugar a espaldas de Nadya antes de hablar.
– ¿Has visto lo que se acerca por allí? – Anna emitió un alarido exagerado al darse cuenta de los inmensos y negros nubarrones que avanzaban desde una de las cumbres nevadas que divisaban no tan lejos de Esterri.
– ¡Lo que se acerca por allí es mi cuarta ronda señoras y señores! – Peter alzaba las manos con el signo de victoria riéndose a carcajada limpia mientras la camarera depositaba frente a él una pinta espumosa bien fría. – Nadya sacudió la cabeza con una mueca de desaprobación en los labios mientras se acercaba a las posición de Jose para, dándole la mano a su amiga, exclamar de modo parecido al ver el espectáculo que el cielo estaba preparando.
La camarera, que esperaba a que Peter encontrase su cartera, comentó que habían previsto tormentas para la noche.
– No deberíamos acabar muy tarde de la barbacoa, chicos, no quiero conducir bajo un temporal de noche. – Anna pronunciaba esas palabras mientras apartaba ya su vista del cielo para posarla en algo que había llamado su atención desde el primer momento que lo había visto.
Se trataba de una gran y antigua iglesia que, según le habían informado los lugareños, permanecía cerrada desde hacía ya mucho tiempo.
Sintió de repente un escalofrío, y mientras sorbía un trago del café con leche caliente, desvió totalmente su atención a Peter, que haciendo el payaso se caía de su silla tirando la pinta por los aires.

Conduciendo en dirección opuesta a las montañas, Quim Gascón, detective privado, se dirigía al pueblo vecino, La Guingueta, donde al parecer una chica había desaparecido la noche anterior.
Pasó junto a un grupo de jóvenes preguntándose que haría uno de ellos tirado en plena calle riéndose, pero tan solo reparó en ello un instante pues se encontraba plenamente concentrado en el caso.
En sus casi cuarenta años de servicio, esos pueblos de los pirineos habían sido sitios tranquilos para todo aquel que en ellos viviese o simplemente visitase, pero no siempre fue así.
Cuarenta años atrás su pareja de por entonces también desapareció para nunca ser encontrada. Si Quim era detective, se debía a esas desapariciones que acontecieron en el pasado.
Fueron siete en total contando todos los pueblos afectados.
Siete desapariciones y ninguna conclusión. Ningún culpable.
La vena del cuello de Quim comenzaba a mostrar su palpitación visiblemente, mientras algo rojo en la piel de su rostro apretaba sus manos con fuerza al volante.
Pensar en Rachel le provocaba una mezcla de ira y tristeza que siempre le costó controlar.
Quizá solo él viese la relación entre las desapariciones del pasado y esa en concreto del día anterior, pero no iba a descansar hasta que ese caso fuese resuelto.

Al llegar a La Guingueta desde la misma carretera vio el puente ya acordonado.
Unos coches de policía se encontraban aún en el camping donde se encontraba la familia de Nuria, la joven desaparecida.
Quim detuvo su automóvil en las inmediaciones del camping e inspiró profundamente.
Era hora de empezar a trabajar.


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