domingo, 21 de junio de 2015

El coleccionista de sueños

PRÓLOGO


Caminaba desde hacía un rato indefinido.
No se sentía cansado, y lo cierto es que la espesa niebla que inundaba el oscuro bosque por el que caminaba no le producía un temor especial.
Tan solo la sensación de estar desubicado, muy lejos de un lugar que no recordaba pero que le resultaba mucho más seguro de algún modo, asaltaba su interior una y otra vez.
Pensaba mientras daba tímidos pasos en una y otra dirección en dar con la salida, no del bosque, sino de la situación en la que se encontraba.
Y es que le asaltaba una profunda vergüenza que no hizo más que acrecentarse cuando, observando su cuerpo de niño, lo vio totalmente desnudo.

Era extraño, no sentía ningún dolor al pisar las ramas que había en el suelo, ni era lo que podría decirse realmente consciente de todo cuanto le rodeaba.
Pero su mente se encontraba despierta, sumamente alerta ante cualquier sonido que el bosque sumido en una negra noche pudiese reportarle.
Pero el silencio reinaba el lugar, un silencio que hacía que creciese lentamente la inquietud del niño.
Más pasos. 
Uno tras otro, sin llevarle a ninguna parte pero avanzando sin cesar. Ningún lugar conocido, ninguna pista de que hubiese pasado con anterioridad por allí. Un bosque que se le antojaba infinito y en donde el tiempo parecía permanecer detenido.

De pronto un súbito escalofrío recorrió la espalda del chico, que pareció detectar por el rabillo del ojo un pequeño claro en la espesura del bosque.
Un claro lo suficientemente iluminado como para contener en su interior algo más negro aún que aquella noche, algo que hizo que el chico se dirigiese, ya con ritmo más acelerado, lejos de esa zona.
Había obtenido un punto de orientación tras aquella visión. Lejos de querer comprobar si lo que había visto era real, su intención pasó a ser caminar lo necesario, sin objetivo alguno más que permanecer alejado del claro.
Sin embargo, era inútil.
Por mucho que caminase, una vez a la izquierda, otra a la derecha, en ocasiones de frente a lo lejos le parecía ver el lugar que contenía aquello a lo que el niño no quería en ningún caso contemplar.
Giraba sobre sí mismo una y otra vez para esquivarlo, hasta que el cosquilleo en la espalda pasó a sus piernas deteniendo su paso, erizando el cabello de sus brazos y haciéndole agachar la cabeza.

Era como si aquel lugar cobrase vida propia hasta atraparlo en su interior.
Un rumor se había ido haciendo más y más audible desde que el chico se había inquietado por vez primera.
Algo como un grave, muy grave gemido que a medida que ganó intensidad se fue acompañando de un movimiento en la mismísima tierra que el niño pisaba.
En ese momento sabía que todo estaba vibrando a su alrededor, y mientras el terrorífico sonido se había tornado en algo prácticamente ensordecedor, el chico ni gritó ni huyó, sino que le embaucó una vergüenza mayor que la que recordaba en todo su trayectoria por el bosque.
Alzó la vista, sintiendo como se le encogía el corazón.

Una inmensa sombra, cinco veces más alta que él, se encontraba apenas unos pasos enfrente, quieta, claramente artífice de los temblores y el grave gemido que tanto inquietaban al chico.
Cesaron cuando el niño alzó la vista, para poder perder su mirada en aquella negra textura.
El niño se orinaba encima mientras se mantenía recto, respirando aceleradamente.
Finalmente dio un pasó al que le siguió otro.
Entró en la oscuridad mientras sentía que un abrazo cubría todo su cuerpo.
Una voz de ultratumba invadió sus oídos.
— Siempre estaré contigo.


Para leer el capítulo siguiente clicka aquí