sábado, 12 de julio de 2014

Una flor en el infierno




La sujetaba con todas sus fuerzas.
Exhausto, caminaba resuelto rumbo al norte, por una tremenda subida.
Por el camino veía barbaridades, en ese lugar tan caluroso y plagado de llamaradas aquí y allá.
Hombres y mujeres desvalidos que pedían ayuda como ciegos sin un rumbo claro, animales maltratados que se estaban convirtiendo en bestias horrendas o visiones de lo que una vez fueron bosques como extensas llanuras anaranjadas a fuego.

Cuando algo le marcaba profundamente, sujetaba con más fuerza la rosa. Dejando un reguero de sangre como si de miguitas de pan se tratase, avanzaba resuelto rumbo al norte.
Vio como demonios despellejados violaban a mujeres y hombres, y tuvo que hacer una pausa, apretando más fuerte que nunca sus manos al tallo de la rosa, cuando vio a su madre empalada en uno de los laterales del camino y al otro lado lo que quedaba de su padre, devorado por criaturas sin alma en una pequeña celda.
Tras aguardar unos segundos, asintió y prosiguió su camino.

Antes de llegar a su destino, tenía claro que no podía hacer nada ante el dantesco espectáculo del que había sido testigo, salvo lo que había hecho.
Una grave voz resonó por todas partes cuando se halló frente a unas escaleras que conducían alto, muy alto.
– ¿Quién eres y qué es lo que traes? – Preguntó la voz.
– Soy un ser humano con una rosa, que me vino de nacimiento y a la que he decidido traer hasta aquí. – Respondió él.
– Yo solo veo tus ensangrentadas manos agarradas a una rama con espinas y apenas un puñado de pétalos. ¿Donde está esa flor de la que me has hablado? – Respondió la voz misteriosa.
– He dejado partes de pétalos en cada injusticia y tragedia que he presenciado, guardándome lo que queda para quien sea que reine en el norte, donde me dijeron hace años que tendría que acudir. Me dijeron que allí me esperaba mi esposa. También son para ella.
– ¿Cómo puedes albergar esperanza tras lo que has visto? – Inquirió la voz.
El hombre no tardó en responder.
– Creo que solo cierta parte de lo que he presenciado en este trayecto es real, y precisamente es mi conversación contigo. Si hubiese atacado a un demonio o detenido en mi avance me hubiese condenado a un reino de dolor y desesperanza personal.
– Constrúyeme una metáfora con lo que has vivido en este reino y la vida que recuerdas haber tenido. Se completamente sincero, te lo advierto. – La conversación con la voz pareció en ese instante alcanzar su punto álgido.
Se tomó su tiempo para responder y, finalmente, cerró los ojos, apretó por última vez el tallo dejando un charco de sangre en el suelo y al ir a hablar una brisa marina lo enmudeció.

Se encontraba en un pueblo pesquero y sus ropajes eran para el frío. No obstante, se sentía genial. Volviendo a la carretera principal por un espigón cercano, una mujer lo llamaba y lo saludaba yendo hacia él. La conocía bien, era preciosa y parecía llevar mucho tiempo aguardándole.
También intuyó quienes estarían en el interior de la taberna que un poco más adelante tenía encendido su farolillo al lado del letrero. Ponía Familia.
Sonrió y cerró los ojos.
– El amor es cuanto nos es dado en esta vida con legítimo derecho a uso sin causar ningún mal. No es necesario crear ningún cielo ni ningún infierno si este mundo ya puede ser un paraíso. Para ello, cada uno de nosotros con nuestra rosa, debemos repartirla como creamos oportuno pues tiende a no agotarse, mientras caminamos incesantemente por el sendero del dolor y del sufrimiento, de los que debemos purgarnos siendo conscientes de esos males sintiéndolos como si fuesen provocados o dirigidos a nosotros mismos. Hasta encontrar la luz para todos.

Dijo esas palabras sabidas de memoria, pues eran las que iba a decir a la inconmensurable voz que se había dirigido a él en la parte norte del infierno personal con el que le llevaban toda una vida poniendo a prueba.
Ahora parecía que al fin llegaba la paz. Una lágrima se derramó por su mejilla derecha cuando su esposa se le echó encima y se lo comió a besos. De la taberna ya salían conocidos, amigos y familiares que estaban lejos de encontrarse en la situación en la que supuestamente estaban en el reino del dolor y sufrimiento naranja fuego.
Pasaron todos al interior de la Taberna, risueños y con miles de historias por contar.


En otro infierno, parecido pero no igual al primero, un hombre tembloroso con los ojos muy abiertos y unos dolares en la mano, pues había vendido la rosa, iniciaba dubitativo y asustado un camino que no sabía a donde debía llevarle.