miércoles, 23 de abril de 2014

El castillo




¿Qué decir de un lugar donde te despiertan golpeándote a grito de escoria?
¿Qué decir de un lugar donde locos babosos invitan u obligan a felaciones a ancianas desdentadas?
¿Qué decir de un lugar donde el máximo psiquiatra es un bufón que no para de soltar chistes de escasa calidad?

Pues muchas cosas.
Cosas como que los pacientes, al despertar, aguardan durante más de una hora el desayuno dejando auténticos charcos de babas sobre las mesas en las que se apoyan.
Cosas como que la conversación más sana que puedes tener con alguien es acerca de una realista partida de rol a nivel universal.
Cosas como que todo está plagado de jardines en los cuales, a parte de gente fornicando, orinando y defecando, debes asumir por obligación del centro que son un paraíso para tu mente y tu espíritu.

La lista de cosas es prácticamente inconmensurable.
Y los operarios disfrutan con su trabajo. Ves el brillo en su mirada cuando contemplan las ilógicas lágrimas de pacientes totalmente desequilibrados. Ves su mirada encendida de placer cuando castigan de las más variopintas maneras a algún pobre inocente.

Todo por el bien del castillo. Eso es lo único que importa.
Tanto da que un sano al salir de allí tenga que lidiar con horribles pesadillas durante toda su vida, pues ellos están convencidos de que han hecho un bien.
Tanto da que sueñes con una psiquiatra que merecería el infierno en vida te manda de nuevo allí, para que te reciban zombis o con sonrisas, para que te desnuden y te golpeen, mientras otras pacientes te violan mientras hacen sus necesidades sobre ti.

Tanto da porqué has tenido un episodio psicótico. No importa que hayas podido demostrar que controlas la situación, ellos con un simple garabato te mandan allí despreocupándose de la situación. Porqué ya está en otras manos. Ellos pueden tomarse cubatas en pubs los viernes por la noche, porqué claro, no van a estar todo el día pensando en lo injusto del sistema que defienden.

Hoy a mi me tienen entre la espada y la pared. O mee trago las excelencias de un hospital de día me guste o no, o me mandan de nuevo al castillo.
Ese es el estilo del psiquiatra del siglo XXI.
Como en sus inicios, pero todo bien camuflado para que no se note.
Y pobre de mi que alce un poco la voz. Pobre de mi que corte cabezas de auténticos desperdicios humanos porqué todo el mundo se merece un respeto, aunque nadie respete mi libertad.

Me río entre la espada y la pared.
Cinco cervezas me separan de las carcajadas.
Y, por supuesto, quieren privarme de ellas.
No para ayudarme, pues la psiquiatra está de vacaciones porqué todo el mundo tiene derecho a ellas, sino porqué no les interesa que se descubra el pastel.

Que en este sector laboral, cuanto más alta es tu posición, más disfrutas viendo la escoria humana a la que, encima, presumes de estar ayudando.

Clavadles una estaca en su mismísimo corazón, fabricando un espejo que muestre su verdadero y horrible aspecto a sus atónitos ojos, y de ese modo estaréis empezando a ayudar de un modo realmente útil.

Basta de tiritas en heridas de tres palmos.
Pero claro, esto no lo digas en voz alta. 

Porque hay un castillo esperando para ti.

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