sábado, 5 de octubre de 2013

Sentimientos




– ¿Qué hay de cierto en ello? – Preguntó una descolocada cabeza a un humilde corazón.
– No hay pruebas, amigo, pero es así... – El corazón se limitó a ofrecer eso por toda respuesta.

Se trataba de una pugna que había durado muchos años, tantos como ambos recordaban. En ella se veían inmersos individuos de toda índole, familias enteras. Dar la razón a la cabeza u otorgársela al corazón. Esa era siempre la gran pregunta.
Los que alcanzaban un equilibrio vivían tiempos felices, pero pocos eran los que lo lograban y, de hacerlo, bien poco les duraba dicho equilibrio.
Uno siempre tira más que el otro.
En la historia que nos ocupa, un joven con una dolencia en el cerebro se movía entre ambos bandos como si se encontrase inmerso en la más perfecta de las tormentas marítimas.
Su cabello rubio ceniza caía sobre un rostro serio, que cuando se animaba cambiaba por completo sus facciones. Aunque, últimamente, pocas veces se animaba por nada.
A su alrededor su pareja, su hermana y sus padres sufrían por verlo como hipnotizado, presa de sus propios demonios y fantasmas.
Cada uno de ellos tenía su propia cabeza, su propio corazón. Con el segundo bastante más maltrecho que la primera, sus elecciones se tornaban dificultosas, hirientes y nada claras.
Una persona debatiéndose entre apostar de nuevo por algo que la hirió gravemente en el pasado, otra que nunca acaba por poder acercarse a lo que según recuerda un día fue su hermano, y unos padres entregados al solo fin de ver a su hijo pelear por cierta felicidad en vida.
Un conjunto de cabezas y corazones maltrecho por los fuegos de un pasado que, por mucho que traten de olvidar, permanece tatuado a fuego en sus almas.

¿Cómo salir de esa situación? ¿Cómo arrojar cierta calidez a un inhóspito y gélido terreno que pocos meses antes alcanzó su máxima crueldad climática?
En esas tesituras se encontraba nuestro protagonista cuando su propia cabeza y su corazón comenzaron a discutir más fuerte que nunca.
– ¡Los quieres! ¡Los quieres a todos con locura! – Estalló su corazón.
– Sí pero... Me lo han arrebatado todo... No puedo pasarlo por alto... – Meditaba su mente.
– ¡Tonterías! ¡Tú sabes bien quién fue el responsable de todo cuanto ocurrió! Bastante bien estás después de haber sufrido tal huracán de sentimientos.
El corazón siempre tenía las de ganar. No había respuesta factible contra él.
Esas personas eran todo cuanto tenía para apoyarse y ofrecer algo bueno a cambio. La podredumbre del pasado no podía haber llegado al punto de atacar incluso a su propio núcleo familiar.
De modo que tomó una decisión, de ahora en adelante dejaría en un segundo plano las pérfidas ideas de una mente corrupta y haría caso a aquello que durante años le había impulsado a regalar felicidad sin esperar nada a cambio.

– ¿Pero, qué hay de cierto en ello? – La cabeza insistía.
– Nada. Y todo. – La respuesta del corazón dejó a la cabeza algo mareada. Prosiguió – En los sentimientos de halla la respuesta a todo dilema en que la mente se sienta atrapada. Los quieres a todos, y así lo vas a demostrar.
– ¿Y si no me aceptan?
– Es uno de los riesgos de hacerme caso, querida cabeza. – Dijo el corazón. – Puedo hacerme daño, sí, pero siempre estoy dispuesto a sufrirlo si es por una buena causa. Es más, estoy seguro de que tus seres queridos han sufrido tanto y tanto por ti por que nunca, jamás, han dejado de escuchar a su corazón.
– Ya va siendo hora de devolver lo recibido.
– Yo diría que sí...

Aunque esta historia no es ni mucho menos la única que acontece cada día, cada segundo, cada instante, en el interior de todo aquel ser humano que se precie.
Los objetivos del corazón se perfilan como oníricos caminos de difícil consecución. Cuando se falla ahí siempre está la cabeza, como un martillo, recordando lo poco o nada probable que era conseguir lo que uno se proponía.
Pero es el camino que esos soñadores trazan, con cada paso y cada pequeña acción, el que materializa poco a poco, imperceptible pero minuciosamente, los caminos de todos los corazones que habitan este mundo.
Unos lo son durante ciertos años de su vida para luego convertirse en demoníacas creaciones de mentes castigadas, mientras que otros, tortuosamente, mantienen las brasas de un corazón encendido de un modo indefinido.
Lo que está claro es que, tanto unos como otros, desean partir con esa parte de sí mismos encendida. Y para eso hay que pararse a pensar muy a menudo. Dejar a un lado el orgullo y dar rienda suelta al sentir. A los sentimientos del corazón, si se les da rienda suelta, te envuelven como mariposas en un perfecto jardín donde ninguna maldad se atesora.
Es en ese paraje donde nacen las buenas intenciones, los mejores proyectos, a los que después hay que lanzarse con esfuerzo y ahínco para no permitir que las trampas que la mente planta los destruyan o contaminen.
El personaje que nos ocupaba tiene distorsionados los campos de los sentimientos, y todo cuanto logra es sobrevivir día a día en una tormenta que hace que su navío quede al borde del naufragio prácticamente a diario. Pero sobrevive, se mantiene a flote, porqué aún queda algo de un corazón que un día relució con sus mejores galas.
Su familia, su núcleo, sufre, pero aún mantiene la esperanza de que ese viejo navío llegue a buen puerto para descansar en el apacible equilibrio de los sentimientos.
Otras muchas historias se hilvanan y se cruzan al mismo tiempo, unas con nefastos resultados, otras con óptimos, siempre atadas al inclemente paso del tiempo que constantemente amenaza con cambiarlo todo.

– Pero... ¿Qué hay de cierto en los sentimientos? – Preguntó a la desesperada la cabeza.
– El ahora, amiga mía, el presente. Los quiero a todos. Ahí tienes tu certeza.

Tras eso, el silencio se sumió en el ser, que entró en un pasajero equilibrio que le llenó de paz.

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