jueves, 5 de septiembre de 2013

La Hora de la Verdad


El cielo lucía de un modo atípico.
Bien avanzada la noche, las estrellas brillaban con una notable intensidad. Enfermiza, incluso. En su interior una extraña mezcla trataba de aposentarse, de ganar algo de estabilidad.
Las primeras palabras que acudían a su mente iban atadas por la cuerda de la perplejidad. Una auténtica barbaridad, esas bien podrían pertenecer al poblado saco.
Sin embargo, los primeros sentimientos que surgían de su interior avanzaban prácticamente en dirección contraria.
Se trataba de una ínfima posibilidad en el infinito abanico del siempre incierto futuro. ¿Cómo iba a ser nociva su mera aparición? Una vida debe ser robusta, con profundas raíces, para poder resistir al paso del tiempo y las inclemencias del destino. Toda prueba, todo planteamiento, debería ser siempre bienvenido.
Y eso es lo que estaba haciendo mientras contemplaba el cielo estrellado.

Pensó en ella.
– Quizá deberías tratar de dejar la mente en blanco y prescindir de los sentimientos primerizos. – La voz lo sobresaltó. Resolución estaba de pie a su lado, con el codo apoyado en la baranda de la terraza. Sostenía un pitillo corto al que había dado un par de caladas. Se irguió dejando escapar una quejumbrosa sonrisa. – Verás amigo mío, la partida no te la has inventado tú. Puede que tengas plena libertad a la hora de jugar tus cartas, pero debes tener bien claro que el último que deberá ver esto como un juego eres tú mismo. – Echó un rápido vistazo al cielo en calma, tras eso prosiguió: – Esta noche puede acabar topándose con un precioso amanecer, pero bien puede acabar también viéndose conquistada por la Tormenta.

Esas últimas palabras le hicieron estremecerse. De nuevo Resolución lucía esa severa mirada encendida en infranqueable misterio. Así pues, el asunto era de los verdaderamente trascendentales.
– Stela está preciosa esta noche. – le dijo con tono tranquilo. Resolución asintió con idéntica serenidad, invitándole a seguir reflexionando. – Nunca ha dejado de estarlo, desde el primer día en que me fijé en ella no ha parado de brillar. Ahora está recogida en el sofá, a medias entre el show de la tele, su dibujo a medio acabar y el último libro que ha caído en sus bonitas manos. Creo que estoy viviendo un espléndido momento en mi vida. – Mordió su labio inferior, como saboreando esa última frase.

Resolución dio una palmada al ladrillo, y se alejó silbando hacia el interior de la vivienda. Interrumpió su marcha justo bajo el arco del ventanal y, apurando su cigarro, no titubeó al decir: – Tus lágrimas de ayer nacieron del núcleo, chico. Debes averiguar por donde puedes hundirte, o podrías verte aplastado en el futuro. – Tras esas palabras, su rostro pareció iluminarse: ­– ¡Ah, por cierto! Experiencia te manda recuerdos. Hace ya mucho que no te ve el jeto. Se ha alegrado al saber que sigues viviendo cerca de su taberna. – Y con esas palabras descendió las escaleras retomando la melodía que su silbido emulaba.

Suspiró. Resolución siempre lograba avivar su tensión interna. El cielo seguía siendo un espectáculo. Tenía tiempo. Abrazó a su Stela, se abrigó y bajó a la calle para dar un corto paseo en esa fría noche. «No es Barcelona, ni de lejos llega a ciudad, pero tengo que reconocer que le estoy pillando el punto a estas viejas callejuelas...» pensó mientras encendía un Lucky y apretaba la marcha. «Creo que haré una visita rápida a Experiencia, hace ya mucho que no nos ponemos al día.» Expulsando lentamente la nube de humo, giró a la derecha y vio en la lejana y oscura entrada al callejón el agradable y cálido reflejo del viejo farolillo de La Hora de la Verdad.

– ¡Oa mi no mie diguoas lo que puedo en ni pieduo haser! Si, esuo, vien aquí, acércoate aleimoaña! ­– Un hombre se desplomaba lentamente cuando torció la esquina y vio la entrada de la taberna. Como quien esquiva una cucaracha saltó por encima del ya tumbado cuerpo y saludó a Rectitud. Ésta se llevó un par de dedos a la frente en señal de respuesta, siendo la visión de su colmillo una señal de que quizá sonreía por dentro al verle de nuevo tras tanto tiempo. – Pasa, viejo amigo, yo aún tengo que tirar la basura.
A sus espaldas el individuo sucio en todas sus capas seguía peleando con su propia lengua y miembros para lograr articular algo con un mínimo de sentido.
Apuró la última calada del cigarro y entró en La Hora de la Verdad.

La atmósfera del lugar era, desde luego, peculiar, auténtica e inolvidable a partes iguales. Sabiduría y Buena Voluntad reían a carcajada limpia en una de las mesas. Frente a la diana Intuición trataba de batir, una vez más, su propio récord.
A muchos de los demás no los conocía de nada.
– ¡Eh tú, granuja, sienta ahora mismo tu culo aquí! – No pudo esconder una amplia sonrisa. En la otra punta de la estancia, tras la barra, Experiencia se agarraba el tirante con una mano mientras con la otra señalaba el taburete que había frente a él.

Media hora y dos jarras después, ya hablaban con propiedad.
–Verás, amigo, te encuentras en lo que podría verse como el filo de la navaja. – Las palabras de Experiencia le hicieron recordar el símil que Resolución había usado en la terraza de su casa no hacía mucho rato. – Sin embargo, ¿Qué no puede verse como un filo si es llevado al extremo? – Mientras rellenaba por tercera vez su jarra observó por encima del hombro de Experiencia que la jaula de Lección estaba vacía.

–Vaya, veo que te has quedado sin compañía tras la barra. ­– Le espetó, ya sintiéndose ebrio. ­La risa de Experiencia fue creciendo hasta convertirse en una estruendosa carcajada. – Ah, amigo mío, es algo momentáneo, simplemente esta época no les sienta bien a las pequeñajas. Mira a tu alrededor, las personas tienen la mitad de su vista puesta en su bolsillo, y andan especialmente hambrientas de multitud de cosas. Creo que, mientras la crisis siga emanando su espesa niebla, lo único que va a haber dentro de la jaula serán las mosquitas que a veces revolotean por su interior.
«Debería contarle toda la verdad acerca de mi situación actual, al fin y al cabo todo es humo y los puntos de vista siempre deberían ser... » – ¡Chack! – Botó en su taburete sobresaltado por el seco sonido que emitió la navaja al clavarse en la madera de la barra.
Al alzar la vista no tuvo muy claro que estaba más firmemente clavado, si la navaja en la barra o las pupilas de Experiencia en su interior.
– No olvides, ­– le dijo – que no es bueno llamar al mal tiempo. Si lo que te guía es sinceridad, si lo que buscas es felicidad altruista, si en tu horizonte instintivo no hay nubarrones, entonces no tienes nada que temer. – Tras esas palabras, le dio una afectuosa palmada en el hombro y, cuando se disponía a extraer el dinero de su bolsillo, el rostro de Experiencia se contrajo en una pícara mueca que dio paso a la despedida:
– Oh vamos, pronto será navidad ¿No es cierto? Espero verte de nuevo por aquí, pues debes seguir en la brecha. Si todo sigue su cauce te veo en un futuro vaciando mis toneles de cerveza amarga celebrando por todo lo alto lo que sea que lleves entre manos.
Ya te cobraré entonces, no te preocupes. ­– Las últimas risas lo reconfortaron instantes antes de hacerse con su chaqueta para regresar a casa.

El frío de la calle lo golpeó súbitamente. Dio un último vistazo a la tímidamente iluminada entrada de La Hora de la Verdad y puso rumbo mientras subía el cuello de su chaqueta.
«Un momento, ¿Rectitud no estaba...?»
– Hola, buenas noches. – La voz desconocida lo puso en guardia como un globo estallando lo haría con un gato. Era el hombre cucaracha.
– ¿Qué quieres? – Respondió con desinterés.
– ¿No las ves? Están justo encima de ti. – Una fétida carcajada se alzó desde interior del repulsivo hombre. Y casi por acto reflejo, alzó la vista hacia el cielo.
Lo que vio lo dejo absolutamente desconcertado.

Apenas unos minutos más tarde entraba en casa. Stela ya dormía, las horas en la taberna siempre solían pasar volando. Subió a la terraza y se encendió un último cigarro.

Pensó en ella.
– ¿Me pasas un pitillo? – La voz de Resolución graduó, una vez más, su tensión interior.
Extendió el paquete a las manos de su compañero, que añadió al recibirlo: – Estás pálido chico. ¿Has visto algo ahí fuera? ­– Dejó caer su cabeza contra la barandilla, exhausto.
Con mirada cansada, miró a Resolución.
– He visto la Tormenta. La he sentido en mi interior.
– Ella siempre estará ahí, hombre, eso ya lo sabes. – Respondió exhalando una nubecilla Resolución. – ¿Qué se cuenta Experiencia? – Preguntó en tono agradable.
– Dice que, mientras tenga la conciencia tranquila, todo saldrá bien.
– Ah, Conciencia... hace tiempo que no la veo.
– Cierto, desde que aprobó la nueva era que permanece aletargada, a la espera del próximo análisis.

Resolución miró al cielo por toda respuesta, y desapareció.

El hombre se quedó quieto, pensativo. Mientras apuraba el cigarro sintió como todo estaba en orden. Todo... salvo esa figura que, cuando alzó la mirada en el callejón, lo observaba sombría desde la cúspide de uno de los tejados, con su silueta coronada por los miles de relámpagos que La Tormenta contenía.
Las similitudes entre Observador, Conciencia y el siempre camaleónico Monstruo resultaban molestas.

Bajó, se desvistió, abrazó con fuerza a Stela, y sonrío. La llama jamás se apagaría.
El clima se despejaba, lo sentía dentro de él. Al final sería un precioso amanecer. Al final no habría llamada al mal tiempo.

Pensó en ella.
Pensó en la navaja clavada con fuerza en la barra de La Hora de la Verdad.
No era el inventor del juego, y no lo estaba tomando como tal.
Sinceridad en mano y horizonte instintivo despejado.

Y cuentas pendientes en La Hora de la Verdad.

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