martes, 17 de septiembre de 2013

El nombre



Stuart conducía a toda velocidad por las calles de la vieja ciudad. Unos metros tras él un par de autos negros le seguían la estela bien de cerca. No podía dejarse atrapar. Tenía que ganar tiempo para ellas. La misión había llegado a un punto terriblemente nefasto. Todo el departamento estaba podrido, no podía confiar en nadie.
Giró bruscamente a la derecha para intentar despistar a quienes le perseguían. Ningún resultado, estaban bien entrenados. Se había metido en la zona del puerto. Mierda, en cuestión de minutos el mar actuaría de muralla entre él y los matones. No tenía sentido seguir con eso, de modo que frenó gradualmente hasta detener el vehículo.
Un par de sus captores salieron de sus coches pistola en mano. Le gritaron que saliese lentamente del suyo. Obedeció.
Lo último que pudo ver antes de que el golpe lo dejase inconsciente fue lo feo de cojones que era quien arremetía su arma contra él.


*


Mya estaba en el aeropuerto del este, esperando a que su hermano le confirmase la señal para abandonar el país. Desde que William había fallecido, todas las alarmas se habían disparado.
No sabía en qué demonios trabajaban juntos, pero debía de ser algo gordo a juzgar por la forma en que fue hallado el cadáver de William.
Torturado hasta la muerte, mutilado sin compasión.
Stuart se lo había contado días después del funeral. Ella tan solo recordaba el reconstruido rostro de William, con su larga melena morena recogida en una cola y sus facciones duras y marcadas.
Le aterrorizaba que su hermano pudiese correr el mismo destino, pero no podía hacer nada para evitarlo a tenor de lo siguiente que le había contado Stuart aquella noche. Nada de alertar a la policía, solo aceleraría el curso de los acontecimientos.
De modo que se quedó en el aeropuerto, con el móvil a mano por si en cualquier momento llamaba su hermano.


*


Cuando abrió los ojos se encontraba aún aturdido por el golpe. Estaba atado a una silla en una sala oscura, iluminada únicamente por una bombilla suelta que colgaba del techo. Solo, por el momento. Cerca de él unas voces hablaban en un idioma que no lograba entender.
En algún lugar, su mujer y su hermana trataban por separado de salir del país. Él debía darles todo el tiempo que pudiese para que lograsen escapar del campo de acción del temible descubrimiento hecho por William, su socio, y el propio Stuart.
— Dios mío, si esto sale a la luz puede desatar el pánico entre toda la población mundial. — Recordó las palabras de William cuando hubieron accedido a la base de datos de operaciones del proyecto Enigma.
De pronto, alguien entró en la sala. Cogió una silla y la puso enfrente de donde estaba sentado Stuart, al otro lado de una pequeña mesa de madera ensangrentada.
— Déme un nombre. — Dijo el desconocido.
Justo lo que pensaba Stuart. Irían directos al grano. Ahora empezaba la peor parte.
Tras unos segundos de agónica espera, el desconocido agarró la mano de Stuart y, extendiéndola sobre la mesa, golpeó con todas sus fuerzas un martillo contra uno de los dedos.


*


Angelica había conducido durante horas en dirección sur, tal y como le había indicado su esposo, hasta llegar al aeropuerto. Ahora tocaba esperar, y si pasada la medianoche no había señales, debía llamar a Mya para indicarle que tomase su vuelo y ella hacer lo propio con el suyo.
El corazón le latía rápido en el pecho, pasaban de las diez de la noche y, de no llegar señal alguna, querría decir que también habían atrapado a Stuart, y que seguramente le estaba ocurriendo lo mismo que al bueno de William.
Cuando éstos encriptaron los archivos para protegerlos de miradas intrusas, usaron una combinación de sus huellas dactilares junto con las de Mya y la propia Angelica. William había cantado por lo menos el nombre de Stuart, que había tratado de esconderse lo más concienzudamente posible durante días hasta que le siguieron la pista.
Ahora la seguridad del archivo estaba más débil que nunca, puesto que esa gente disponía de dos de las cuatro huellas que necesitaba.
Aún no, de hecho, debía esperar a las doce de la noche, si Stuart decía algo, cualquier cosa, significaría que estaba a salvo y que podrían reunirse en Francia tal y como habían planeado.
Angelica deseaba eso por encima de todas las cosas, pero era ya tan tarde...


*


Tercer martillazo. Y cuarto, y quinto.
— Déme un nombre. — La mano izquierda de Stuart era un amasijo de carne, sangre y huesos triturados, mientras éste estaba al borde del desmayo por el dolor que le estaban infringiendo.
Aunque, no obstante, permanecía callado. Justo antes de que lo pillaran eran alrededor de las diez de la noche, y haciendo unos cálculos, teniendo en cuenta el tiempo que debía haber estado inconsciente, las doce de la noche no debían quedar muy lejanas.
Podía salvar a Mya y a Angelica.
El torturador dejó el martillo sobre la mesa y suspiró.
— No era necesario que llegásemos a este punto, señor. — Tras eso, tiró al suelo la mesa de un manotazo dejando a la vista un extraño aparato entre sus pies.
Unos minutos más tarde la pierna derecha de Stuart era triturada lenta, minuciosamente.
Los alaridos y el olor a sangre impregnaban todo el lugar.
Ya no podía más. Tendría que escoger.
—M.... M.... ¡Mya Galagher! — Bramó desesperado.
Había condenado a su hermana al mismo infierno por el que habían pasado William y él mismo. Rezó para que pasasen de las doce de la noche.


*


Las once y media de la noche.
Angelica estaba que se subía por las paredes.
Preparándose para lo peor, decidió llamar a su cuñada Mya para que fuese sacando el billete.
El teléfono dio tres tonos antes de que contestase.
— ¿Si? ¿Angelica? — La voz de Mya temblaba.
— Mya, escúchame, no hay señales de Stuart, deberías ir sacando tu billete, yo ya lo he hecho.
— Cla... Claro, por supuesto. ¡Oh, Dios mío! — De pronto el chillido de Mya alarmó a Angelica.
— ¡Mya, que ocurre! — Le preguntó repetidas veces.
— ¡Me han encontrado! ¡Ellos me han encontrado! Stuart... — El móvil se colgó.
Angelica se sentó en un banco cercano para recuperarse del shock.
William, Stuart y ahora Mya habían caído en las garras de esos matones. La perseguirían hasta el fin del mundo con tal de conseguir la huella que les faltaba.

Sin embargo, cogió su vuelo y derramó unas lágrimas cuando éste despegó. Su vida se había partido en dos. Tenía miedo. Y nunca iba a dejar de tenerlo, fuese a donde fuese.

2 comentarios:

  1. He soltado una carcajada en la última frase del primer párrafo, pero lo que ha venido después.....vaya, intrigante...

    ResponderEliminar
  2. Empieza con un estilo desenfadado pero luego la cosa se va poniendo seria...
    ¡Gracias por leer y comentar!

    ResponderEliminar