jueves, 29 de agosto de 2013

Contradicción moribunda



El horizonte relucía.
No podía sentir el calor que emanaban sus crecientes llamaradas, pero la imaginaria sensación de macabra calidez provocaba que mordiese su labio inferior saboreando el contaminado humo que se esparcía lentamente a su alrededor.
Se encontraba frente al mar. Sus olas lamían la base de su calzado, invitándole periódicamente a entrar en su misteriosa corriente.
El horizonte también lloraba. Lágrimas de consuelo, que redimían, que aliviaban. No caían tóxicos del cielo, eran nubes aliadas con la parte más real de la vida. Podía sentir como llovía dentro de sí mismo, como una lluvia ininterrumpida durante semanas había cambiado la situación.
Un lejano e imposible espectáculo que se libraba en su imaginación, mientras un confuso cerebro trataba inútilmente de tejer en la contradicción, destilando sentimientos hacia un corazón que palpitaba de nuevo, casi aprendiendo a caminar en plena descomunal escalada.
Su reloj permanecía inmóvil, danzando con un perenne clima que no cesaba en su empeño de generar constantes vientos de soledad. Se levantaba a veces de la playa que marcaba el arranque para caminar por las rocas del espigón que tan solo avecinaba niebla en los primeros pasos.
Debía esforzarse en nadar, en volver a sentir la sensación de una brazada tan plagada de intenciones como perdida en la inmensidad de un, de nuevo, ordenado caos.
Perdía su mirada en el lejano espectáculo y se preguntaba si realmente podría sentir esa lluvia y esas llamas, o por el contrario se trataban de reflejos de un pasado que ahora se dibujaba con la perfección del que se ha visto atravesado por todos los componentes de la obra.
Quizá eran componentes de una podredumbre que ahora expiraba su último aliento tratando de forjar una hipnosis que lo mantuviese en una eterna burbuja, mientras la regeneración de las mismas piedras surtía efecto.
Lo que sí tenía sentido era la coalición entre los lamidos de ese mar que suplicaba por su presencia entre la complejidad de su interior, y las lágrimas que brotaban cuando pensaba en despedirse del paisaje de un horizonte que nacía de su propio ser.
Probaba y probaba. Alternaba su posición desesperadamente.
El oscuro cielo le brindaba consuelo.
Las gotas impulsadas por el fuerte viento le redimían.
Las olas que le estiraban al regresar lo aliviaban.
Pero en su mente, contra todo pronóstico, algo ardía. Despedazaba la simplicidad de los actos lanzando arpones contra los más inocentes sentimientos. Gemía de dolor para atraer la percepción hacia su terreno, para entonces sonreír con la mueca de la venganza, mostrando el conjunto de calaveras de lo que una vez fue y nunca volverá a ser.
De modo que se ponía en pie y contemplaba el horizonte.
Contradictorio y atrapado en una pugna tan estúpida como eterna.
Bello y gastado.
Una hipnótica estampa en la que perderse inútilmente seducido por su atormentado planteamiento.
Bajaba su mirada hacia el agotado oleaje que finalmente moría arremetiendo contra la tierra, recuperando entonces la vitalidad indicándole el camino.
El reloj continuaba marcando la misma hora.
Una burbuja de esperanza y condena perpetuaba la mezcla para mantener las constantes de ese escenario hasta que fuese necesario.
Las estrellas brillaban a lo lejos. Nombres propios con una historia infinita asociada.
Podía sentirlas pero no verlas. Esta vez estaba solo, con el tiempo detenido conteniendo un suspiro que debía ser el pistoletazo de salida hacia una actitud olvidada que nada tenía que ver con la contemplación de un enfermo mundo interior al borde de la extinción.
El mar le invitaba a nadar.
El contradictorio horizonte tejía y tejía para renovar el contradictorio espectáculo.
Ardería y lloraría, mientras su corazón nadaría hacia algún lugar donde poder hacer reposar el plomo de una mente obsesionada con un paisaje que debía desintegrarse, haciendo caer las vendas de unos ojos ciegos que siempre pudieron ver.
De momento admiraba el horizonte quizá por última vez.
Facilitaba el enfrentamiento dentro y fuera de él.
Y sentía la lluvia en su rostro, sonriendo a las olas que cada vez se lo llevaban con más fuerza.

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